El autor reflexiona en este artículo sobre la directriz de la Orden de Agustinos Recoletos para el año 2021 y la forma de llevarlo a la práctica.
El lema específico de los agustinos recoletos para este año 2021 es “creadores de espacios de diálogo con el mundo y la cultura contemporánea: diálogo, búsqueda y encuentro”. Nos proponemos aquí recalcar la suma importancia del diálogo en nuestras comunidades y en la sociedad para poder vivir mejor y en paz.
El diálogo hunde sus raíces en el pensamiento agustiniano de hacerse partícipe de la vida del otro, entender al otro, ponernos en el lugar del otro (empatía) y, desde ahí, compartir lo que tenemos y dejarnos enriquecer por las aportaciones de los demás. Diálogo significa apertura a la novedad, aprender del hermano, creatividad ante situaciones de incertidumbre y saber leer los signos de los tiempos. En otras palabras, también es la conversación amena y animada entre aquellos que la practican porque mutuamente se enriquecen unos a otros con sus ideas y aportaciones. Esto se practica mucho en las tertulias o conversaciones de sobremesa.
Sin embargo, hay que diferenciar muy bien entre el diálogo y la discusión. El diálogo une, enriquece y la discusión separa. Para dialogar hay que saber escuchar y ponerse en el lugar del otro. No pretender salirse siempre con la suya. No hace falta insistir, ni alzar la voz gritando. El que dialoga sabe dejarse aconsejar y no se disgusta. Al final del diálogo se toma una determinación la que se considera es la más acertada. Y este diálogo hay que practicarlo en casa con la familia, en la oficina con los compañeros de trabajo, con los alumnos de clase, así en muchas ocasiones a lo largo del día. En cambio, la discusión es una violencia en las palabras. Es como un cáncer para el amor y la amistad. Discutir es intentar imponerse, como si se tratara de vencedor y vencido. Los humildes dialogan; los orgullosos discuten.
Hay algunos ejemplos clásicos en la historia sobre los diálogos. Los primeros que conocemos son los Diálogos de Platón que son las conversaciones filosóficas con sus discípulos sobre el mundo de la ideas, luego el Diálogo de Carmelitas del novelista francés Bernanos. Para los agustinos tienen importancia los Diálogos de Casiciaco, que es la quinta en la que san Agustín se retiró junto con sus amigos y su madre para prepararse al bautismo. Fruto de esos diálogos son los primeros libros que escribió Agustín de su larga bibliografía.
Como todas las cosas uno no nace sabiendo dialogar si no que hay que aprenderlo poco a poco. Primeramente hay que aprenderlo en casa. Que los hijos vean a sus padres dialogar tranquilamente y no escuchen gritos o insultos de uno al otro. Esto les enseñará a practicarlo desde pequeños. Los religiosos, al igual que una familia, tenemos muchas ocasiones de ponerlo en práctica: en reuniones de profesores, de estudiantes, en reuniones del consejo parroquial, en asambleas familiares, en las charlas. Sin embargo, el lugar más destacado es en la propia comunidad y, sobre todo en la reunión mensual de evaluación y planificación de las actividades. Allí es el momento de exponer las propias apreciaciones, así como también de escuchar y acoger las opiniones de los demás hermanos. Por eso es que esta reunión mensual no debe faltar en ninguna comunidad. Hemos de aprender a saber escucharnos. Quien sabe escuchar, te siente lo que quieres decir, aunque no digas nada porque recordemos que nadie es buen juez en su propia causa.
Si hemos de practicar el diálogo con nuestros semejantes mucho más lo hemos de hacer con Dios, nuestro Padre. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre está invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento… (GS, 19, 1). Ese diálogo se da en la oración y en la liturgia, ya que toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y de palabras. También en la eucaristía se da un diálogo entre el celebrante y los fieles. A la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre en la meditación.
En resumen, que todos hemos de ser creadores de espacios de diálogo con el mundo y la cultura contemporánea y para eso hemos de aprender a dialogar que consiste en el buen entendimiento de las personas por medio de nuestras palabras. La palabra es lo que nos distingue a los hombres de los animales. Así, pues, dialoguemos más y no discutamos.
Ángel Herrán OAR