Aunque confiaba plenamente en Dios, no podía sentirse ajeno a los sufrimientos de su pueblo. Desde su ordenación sacerdotal (391) y, sobre todo, desde el día de su ordenación episcopal (395) se había identificado con él en la búsqueda del triunfo de la causa de Dios y del servicio de la Iglesia. La promoción de la unidad de la Iglesia fue una de sus mayores aspiraciones. Con ese fin fundó comunidades religiosas y quiso que fueran signo y fermento de unidad. Según la acertada expresión de Posidio, Agustín sigue viviendo en los escritos que ha legado a la posteridad. Sus restos mortales se veneran en la iglesia agustiniana de San Pedro in Ciel d’oro de Pavía (Italia).
San Agustín es el padre e inspirador del carisma de la Orden en el aspecto fundacional, teológico, espiritual y religioso.