Los últimos 30 años de su vida transcurrieron en el convento de Tolentino, que se convirtió en su patria adoptiva. En él murió con fama de santo y taumaturgo e inmediatamente su tumba se convirtió en meta de incesantes peregrinaciones.
San Nicolás ha sido presentado como el luminar más brillante de la santidad de la Orden y elevado a modelo de vida agustiniana, por haber acertado a armonizar en los albores de la Orden la vida común, la oración y la contemplación con las exigencias de un intenso apostolado. Su santidad puede resumirse en tres rasgos principales: oración intensa y penitencia en la perfecta vida común agustiniana; infatigable ministerio apostólico a través de la predicación y el sacramento de la reconciliación; incansable asistencia los hermanos, sobre todo a los más necesitados: enfermos, pobres, familias en dificultad.
Fue famoso por sus milagros, que le merecieron el título de taumaturgo. Fue canonizado por Eugenio IV en 1446. Su cuerpo está expuesto a la veneración de los fieles en su santuario de Tolentino.
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