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Las monjas agustinas recoletas celebran 350 años junto al Cristo de la Victoria

La historia comenzó en Madrid, en 1631, cuando Francisca de Oviedo, beata fervorosa y tenaz, viaja a la capital de España para recabar limosnas con las que construir un hospital en Serradilla (Cáceres). Logra que Domingo de Rioja, conocido artista de la corte, esculpa, siguiendo sus directrices, una original imagen de Cristo. La impresionante escultura, de tamaño natural, representa al Señor resucitado, triunfador de la muerte, hollando la serpiente primordial y la calavera, mostrando dramáticamente todas sus llagas, abrazando con su brazo izquierdo amorosamente la cruz y acercando su diestra mano a su corazón.

Muchas dificultades tuvo que sufrir la fervorosa mujer, dada la devoción con que cortesanos y pueblo honraban a la santa imagen, hasta que pudo llevarla a la pequeña localidad de Serradilla en 1648, donde fue acomodada en la parroquia y posteriormente en la iglesia que se le erigió. La imagen era ya muy conocida y atraía a sus devotos de toda clase social que acuden en piadosa peregrinación. Y es en 1655 cuando se decide transformar el pequeño hospital en convento de agustinas recoletas.



La impresionante escultura, de tamaño natural, representa al Señor resucitado, triunfador de la muerte.
El 10 de mayo de 1660 salen del convento de Arenas de San Pedro (Ávila) las cinco monjas fundadoras, dirigidas por la madre Isabel de la Madre de Dios. Comenzaba esta larga historia de entrega de las recoletas a la vida contemplativa, al culto a su Señor el santo Cristo de la Vitoria, de hermandad con los fieles de Serradilla y de atención a los peregrinos.

Era ocasión merecida de celebrar los 350 años de vida intensa y de alta espiritualidad que, lejos de los caminos más transitados, ha atraído, sin embargo, a miles y miles de peregrinos y ha sido, en ocasiones difíciles, refugio de otras religiosas necesitadas de amparo. La celebración tuvo aire festivo y devoto, con la participación entusiasta de las monjas desde su coro alto y de los fieles en el canto de la tradicional “misa de Angelis” y en las oraciones, como lo mostraban las lágrimas de tantos ojos, sobre todo de los devotos llegados de lejos.

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