El agustino recoleto Luciano Audisio reflexiona en este artículo sobre la visión de la mujer en la Biblia, concretamente en el libro del Cantar de los Cantares
Estamos viviendo un momento histórico crucial para la humanidad, estamos, no sé si se podría decir así, ante un cambio de paradigma. Hoy basta abrir un periódico o mirar las noticias para toparnos todos los días con una de las cosas más dolorosas que entre los seres humanos nos puede pasar que es la llamada «violencia de género». Esto apena que así sea y duele ver cómo el plan del creador que estaba desde el principio, el de la complementariedad del hombre y la mujer (cf. Gn 2-3), se derrumba ante estos hechos. Es ante esta situación que volví a leer uno de los grandes libros que tenemos en la Biblia, el del Cantar de los Cantares. Ahí me encontré con un poema que iluminó perfectamente aquello que estaba desde el principio: hombre y mujer complementarios en el amor, en la búsqueda y en la vida. Leemos el poema:
Estaba durmiendo
mi corazón en vela
cuando oigo a mi amado que me llama:
«Ábreme amada mía,
mi paloma sin mancha
que tengo la cabeza
cuajada de rocío,
mis rizos, del sereno de la noche».
— Ya me quité la túnica,
¿cómo voy a ponérmela de nuevo?
ya me lavé los pies
¿cómo voy a marcharlos otra vez?
Mi amor mete la mano
por la abertura:
me estremezco al sentirlo,
al escucharlo se me escapa el alma.
Ya me he levantado
a abrir a mi amado:
mis manos gotean
perfume de mirra
mis dedos mirra que fluye
por la manilla
de la cerradura.
Yo misma abro a mi amado,
abro, y mi amado ya se ha ido.
Lo busco y no lo encuentro,
lo llamo y no responde.
Me encontraron los guardias
que rondan la ciudad.
Me golpearon e hirieron,
me quitaron el manto
los centinelas de la murallas.
ELLA: Muchachas de Jerusalén,
las conjuro
que si encuentran a mi amado,
le digan… ¿qué le dirán?…
que estoy enferma de amor.
ELLAS: ¿Qué distingue a tu amado de los otros,
tú, la más bella?
¿Qué distingue a tu amado de los otros,
que así nos conjuras?
ELLA: Mi amado ha bajado a su huerto,
a las eras de balsameras,
a apacentar en los huertos,
y recoger lirios.
Yo soy para mi amado, y mi amado es para mi,
él pastorea entre los lirios.
(Cant 5,2-6,3)
Lo que llama la atención a primera vista es que aquel que canta este amor es la mujer, la que se regocija en el amado, la que se extasía ante el recuerdo del amado. Es ella la que canta la posesión, la unión, el sosiego y la transformación que opera la unión de los cuerpos.
Interesante es pensar esto, porque en casi todo este tipo de literatura, en el ámbito profano, está dominada o por lo menos tiene cierta preponderancia la mirada masculina. Es el hombre que canta a su amada. En este libro sagrado es la mujer la que canta expresando todo su afecto, con todo el sentimiento, la capacidad y la entrega amorosa. Es la mujer la que canta con el afán de compartir la vida, de dar ternura, de recibir cariño, de gozar de las maravillas de la vida junto a la persona amada. No se ve como un desahogo sino como el hambre de amor, de amor humano, que por ser humano lleva la carga indeleble de la divinidad.
Por otra parte, al menos hasta ahora no hemos encontrado en las culturas del Medio Oriente un testimonio de amor femenino, tan directo, tan fino, tan lleno de entusiasmo como este poema. Este es el otro aspecto complementario de la Biblia: es el lenguaje humano, pero también es comunicación de Dios. Es fruto de la experiencia de un pueblo, pero experiencia de fe y de lealtad de Dios. No es la experiencia del que busca a Dios sino del que ha sido buscado y desafiado por Dios. Esta cercanía de Dios ha llevado al pueblo, con muchos rodeos y con mucha lentitud, a reconocer la grandeza y las maravillas de la mujer.
En un momento el poema nos trae a las «muchachas de Jerusalén». Esta figura intenta poner el dramatismo acorde al anhelo de la mujer, y darle paso a ella, para que así pueda expresar por qué su amado es único para ella. Es un amor que transforma completamente a ambos.
Los últimos tres versículos del poema (vv. 1-3), se puede encontrar ese amor en su plenitud que ha sido consumado, aquello que al principio parecía solamente un sueño deja paso a la realidad. El esposo tendrá como ocupación principal estar unido a su esposa, en la que encuentra toda su plenitud y complementariedad. Ella es su jardín, como aquel del comienzo, es su perfume, es la mas bella de todas las flores. Ella es la que contempla y admira al amado. Ella es de él y él de ella. Han unido sus vidas, han volcado uno en el otro todo el amor. Este amor es sagrado, este amor es el amor del principio.
Luciano Audisio OAR