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¿Cuándo sabemos que nos tomamos a Dios en serio?

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 16 de junio, Solemnidad de la Santísima Trinida

A lo largo del año litúrgico recordamos y agradecemos las obras con las que Dios
realizó nuestra salvación. En primer lugar, en el Triduo Pascual hacemos memoria de la pasión, muerte, sepultura y resurrección de Jesús, y el tiempo pascual concluye con la celebración de Pentecostés. Para prepararnos para la pascua, la Iglesia ha instituido el tiempo de cuaresma, durante el cual hacemos memoria de las principales obras de Dios en el Antiguo Testamento, que jalonaron la historia que condujo hasta Jesús. El otro acontecimiento salvador que marca nuestro año litúrgico es la conmemoración del nacimiento de Jesús en Navidad. La Iglesia nos prepara para celebrar la Navidad con el tiempo del adviento, en el cual reavivamos nuestra esperanza de la próxima venida del Señor en la gloria.

A modo de recapitulación, la Iglesia celebra hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad. Después de recordar y celebrar las obras de Dios, fijamos la atención en Dios mismo. A través de las obras que realizó para nuestra salvación, Dios se nos dio a conocer. Él es el Padre invisible, Dios sobre nosotros, creador de cielos y tierra, que nos ama y guía la historia del mundo y los pueblos en su providencia, hasta que alcancemos la plenitud en
Él. Él es el Hijo, enviado del Padre, rostro visible del Padre, que nació como hombre de la Virgen María para nuestra salvación, es el Dios con nosotros, que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación. Él es Espíritu Santo, Dios en nosotros, que el Hijo

resucitado nos comunica de parte del Padre, para que lleguemos a ser hijos de Dios y alcancemos así la vida eterna. Aunque queremos fijar la mirada en Dios como Él es en sí mismo, lo más que podemos hacer es hablar de Dios como Él se nos ha revelado a través de las obras en las que realizó nuestra salvación. Y ¿por qué nos invita la Iglesia a celebrar a Dios en sí mismo? Porque es necesario que agradezcamos sus dones, es necesario alabar su grandeza, es necesario que adoremos su gloria. Es necesario también que proclamemos su amor y que demos testimonio de cómo en Él, en Dios, hemos encontrado sentido, consistencia y plenitud. Vivimos en una sociedad que aparentemente es muy religiosa. Son muy pocas las personas que dicen que no creen en Dios. Pero algunas, aunque dicen que creen en Dios, viven totalmente al margen de Dios. Es decir, Dios no cuenta en lo que hacen día a día.

Otras dicen que creen en Dios, pero Dios es casi una palabra que manipulan a su conveniencia, pues crean religiones, cultos e iglesias según su gusto y beneficio. Y también entre nosotros los católicos, es posible que Dios sea pretexto para actividades de folklore religioso sin consecuencias para la vida de cada día. Vivimos en una sociedad que aparentemente es religiosa, pero damos culto a un Dios trivial. Y a Dios hay que tomarlo en serio.

¿Cuándo sabemos que nos tomamos a Dios en serio? Cuando diariamente tomamos conciencia de que somos responsables ante Él de nuestros actos y ajustamos nuestra conducta y nos vamos corrigiendo para agradarle en todo lo que hacemos. Nos tomamos en serio a Dios, cuando tratamos de conocerlo a través de las obras que Él ha realizado y que están atestiguadas en la Escritura y son el contenido de la fe de la Iglesia. Nos tomamos en serio a Dios, cuando nos preocupamos por saber cuál de todas las ofertas religiosas que se nos presentan es la verdadera, y evitamos esa respuesta tan común de que todas las religiones son iguales porque todas hablan de Dios, y un día participamos con un grupo y
al otro día con otro.

Como todos los domingos, hoy también hemos escuchado tres lecturas bíblicas. El pasaje del evangelio, pienso que ha sido elegido, pues habla de la misión del Espíritu Santo en nosotros. Jesús lo promete como fruto de su resurrección. El Espíritu nos comunicará
lo que haya oído al Hijo quien a su vez solo habla lo que ha escuchado al Padre. A través de este texto, la Iglesia nos enseña cómo el misterio de la Trinidad se refiere a la intimidad de nuestra relación personal como creyentes con Dios. Conocer y hablar de la Trinidad de Dios no significa adentrarse en especulaciones abstrusas, sino en manifestar la comunión en la que Dios mismo nos introduce cuando su Espíritu habita en nosotros. La Trinidad es el misterio de la comunicabilidad de Dios.

Lo mismo, pero con otro modo de explicar, enseña san Pablo en la segunda lectura. Dios al darnos su Espíritu nos comunica su amor. Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. Pero esa experiencia
del amor de Dios nos consolida en la esperanza de alcanzar la vida eterna. Pues al creer en Cristo, hemos entrado en un ámbito de gracia divina, en el que vivimos. Ese ámbito de
gracia en el que vivimos es también el Espíritu que vive en nosotros como regalo de Cristo. Así podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios.

Finalmente, la primera lectura nos invita a descubrir la huella de Dios en la creación. Las cosas del universo, cada una en sí misma y en su relación con las demás, tienen un orden, una estructura, una belleza. Se pueden entender, les podemos descubrir el sentido. Las cosas están articuladas en sí mismas y con la demás con sabiduría. Por eso se ha desarrollado la ciencia, porque no vivimos en un mundo impenetrable y misterioso, sino en un mundo que se deja entender por la mente humana. Y esto es así, porque todo ha sido creado por la Sabiduría de Dios. El pasaje habla de la Sabiduría como si fuera un personaje. Y se describe a sí misma de tal modo, que los lectores cristianos de este pasaje, hemos visto en esa Sabiduría al mismo Verbo de Dios por quien el mundo fue hecho. El Señor me poseía, antes que sus obras más antiguas. Quedé establecida desde la eternidad, desde el principio, antes de que la tierra existiera. Yo estaba junto a él como arquitecto de sus obras, yo era su encanto cotidiano… y mis delicias eran estar con los hijos de los hombres.

Todo esto es motivo para dar gloria a Dios, para alabarlo y adorarlo. Nuestra vida tiene sentido y consistencia en Él. Vivimos en un mundo luminoso y bello. Tenemos una esperanza de plenitud y gloria. Porque Dios es Trinidad que nos ama y nos salva.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

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