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La fiesta del rey

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 11 de octubre.

Jesús pronuncia esta inquietante parábola que acabamos de escuchar inmediatamente después de la parábola de los viñadores homicidas que comentamos el domingo pasado. Jesús está en el templo de Jerusalén y las autoridades de la ciudad lo cuestionan acerca de su conducta. Jesús les cuenta esta parábola que relata de otra manera el mismo tema de la parábola de los viñadores homicidas: las consecuencias que siguen cuando un pueblo rechaza la oferta de salvación que Dios le hace. Esa parábola terminaba con la sentencia de que el Reino de Dios pasará a otro pueblo que le rinda sus frutos a su tiempo. En esta parábola Jesús denuncia que el pueblo de la primera alianza rechazó la invitación al Reino de Dios y por eso la alianza se realiza ahora con los pueblos gentiles.

Un rey celebra las bodas de su hijo. Pero en la parábola el único protagonista es el rey; actúan también los servidores del rey; se habla de los primeros invitados que rechaza-ron participar en la boda del hijo del rey y de los segundos invitados que sí aceptaron la invitación. El novio, el hijo del rey, no aparece nunca y menos la novia. Cuando Jesús pronunció esta parábola sabía muy bien que, si hablaba de un rey que organiza un banquete, sus oyentes judíos entenderían que se trataba del reino de Dios. Había antecedentes para ello. Por ejemplo, el profeta Isaías en el pasaje que hoy nos ha servido de primera lectura habla del futuro de vida y plenitud que Dios prepara para su pueblo con la imagen de un banquete de platillos y vinos exquisitos. Si además se añade que ese banquete es de bodas, se agrega otra imagen de salvación, pues las bodas de Dios con su pueblo la expresión de la plenitud del reino de Dios. De hecho, Jesús se presentó como el novio (cf Mc 2,19). Curiosamente, en las parábolas en las que aparece el novio, nunca hay novia. Solo en las cartas de san Pablo y en el Apocalipsis la novia de Cristo es la Iglesia. El libro del Apocalipsis concluye con la descripción de las bodas del Cordero con la Iglesia. Cuando san Mateo escribió este evangelio, esas imágenes que el mismo Jesús había empleado, ya se habían desarrollado y todos sus lectores las entendían. Nosotros estamos menos familiarizados con estas figuras y por eso necesitamos de muchas explicaciones para entenderlas.

Pero cosas raras suceden en esta fiesta de bodas. En primer lugar, los invitados no se presentan para participar en la fiesta. Según la costumbre de la época, el rey envía criados a casa de los invitados para recordarles la fiesta, pero declinan la invitación. El rey no se altera, y envía otros servidores a reiterar la invitación. En esta ocasión hasta explican el menú del banquete. Pero los invitados hacen el gran desplante, uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. ¡Qué personajes estos invitados! Su conducta nos recuerda a la de los viñadores homicidas de la parábola del domingo pasado, que también rechazaron darle al amo de la viña la parte que le correspondía y maltrataron y hasta mataron a los criados que el dueño de la viña les enviaba. El significado es muy parecido. Los profetas antes de Jesús e incluso el mismo Jesús no han tenido éxito en lograr que los invitados al banquete de bodas de la salvación de Dios acojan el evangelio que es la invitación.

El rey ahora sí tiene una reacción inesperada. Se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a su ciudad. Jesús alude aquí a la destrucción de Jerusalén de manos de los romanos en el año 70 del siglo I. ¿Previó Jesús esa destrucción? Hay otros pasajes del evangelio donde Jesús alude a esa futura destrucción. El recuerdo de la destrucción de la ciudad de parte de los babilonios en el siglo VI antes de Cristo; la memoria de la profanación del tempo de parte de los griegos dos siglos antes daban pie para suponer otra futura destrucción. Esas profanaciones pasadas se habían interpretado como escarmiento por las infidelidades hacia Dios. Se podía anticipar que la gran infidelidad de rechazar a Cristo tendría una consecuencia parecida.

De todas formas, la negativa de los primeros invitados y la destrucción de su ciudad no detienen el propósito del rey de celebrar las bodas de su hijo. Así que envía a otros criados, a llamar a cuantos encontrasen por los caminos. Pero Jesús dice que entre estos invitados había malos y buenos. Uno se acuerda de la parábola de la red que captura peces malos y buenos (Mt 13, 47-48). Jesús no se hace ilusiones. Conoce la condición humana. Somos pecadores con aspiraciones de santidad. La sala se llenó de invitados. La fiesta de las bodas del hijo del rey ha comenzado.

Pero cuando el rey entra a la sala para saludar a los invitados, encuentra que hay uno que no está vestido para la ocasión y el rey le reclama. ¿Cómo has entrado aquí sin traje de bodas? La observación no tiene mucho sentido, pues si el rey mandó a buscar a estos últimos invitados por los caminos, no podía pretender que vistieran ropas especiales. Pero en la parábola tiene su propósito. Los invitados sacados de los caminos, buenos y malos, somos los pueblos gentiles, que gracias al evangelio hemos llegado a la fe y a participar en la fiesta de bodas del hijo del Rey. Pero, la gracia de haber sido invitados, porque los primeros no aceptaron la invitación, también nos obliga a responder. Debemos ponemos el vestido de bodas de la fe y la caridad, el vestido de bodas de la santidad y la responsabilidad moral. No creamos que basta solo la palabra, hacen falta las obras. Recordemos la parábola de los dos hijos que leímos hace quince días (Mt 21, 28-32). Si los primeros invitados que rechazaron la invitación sufrieron la destrucción de su ciudad, a los segundos invitados que pretenden burlarse de la gracia de Dios les espera una terrible sentencia: Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos. La salvación es gratuita, pero exige respuesta. La gracia de Dios en nosotros debe florecer en santidad de vida. Concluyamos con una frase de san Pablo: Tribulación y angustia para todos cuantos hagan el mal: para los judíos, por supuesto, pero también para los que no lo son; gloria, honor y paz para todos los que hacen el bien: para los judíos, desde luego, pero también para quienes no lo son, pues en Dios no hay lugar a favoritismos (Rm 2, 9-11).

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Obispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

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