Una palabra amiga

La espada de dos filos

El término ‘espada’, bien en la acepción original, bien en símil literaria, es nombre frecuente —también en el vocabulario bíblico— dentro de un mensaje de amor y salvación, y para todo lo contrario.

La espada primeramente era un arma defensiva. La expresión «espada de doble filo», además de la cualidad del objeto, puede entenderse como medio para defender la vida, y también para eliminarla. En estos tiempos es menos utilizada como instrumento de guerra, porque ahora se cuenta con armas mucho más efectivas que la espada: más bien, ha pasado a formar parte de museos, y se conserva como documentos para dar a conocer el paso de los siglos.

¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra historia de salvación? Tiene su importancia, porque ‘espada’ evoca en el lenguaje bíblico la Palabra de Dios, y es la Palabra de Dios la que nos salva, como leemos en la Carta a los Hebreos: Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hbr 4,12). El mismo san Pablo lo expresa en estos términos: La espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, debe ser para nosotros una de las arma para defendernos del enemigo. Ahí, pues, tenemos una espada representativa, que es la Palabra de Dios.

Tal objeto bélico ya aparece en los escritos referidos al rey David, cuya descendencia, según la Palabra divina, iba a convivir con la espada. Ello nos afecta asimismo a nosotros, continuadores de este linaje. Natán dijo a David: Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa (cf. 2 Sam 12). Este hecho supuso un cambio en la vida de David, cuando el profeta le echó en cara su crimen, y el rey se arrepintió de su pecado. David, como lo dirá el profeta después, Convirtió mi boca en espada afilada (Is 49,2). La boca de David se ha transformado en espada afilada, porque el rey se toma el plan de Dios más en serio, y se convierte en instrumento de Dios como puente de salvación para su pueblo.

En no pocas ocasiones, no hemos de tomar el vocablo en la acepción primera: no debemos tomar las armas para defendernos y defender nuestra fe; en algún momento, quizás, los cristianos han echado mano las armas para defender la fe, pero Jesús dirigiéndose a Pedro nos ha dicho  que guardemos esas armas: Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella al siervo del sumo sacerdote, que se llamaba Malco, y le cortó la oreja derecha (Jn 18,10).  La principal arma que podemos usar es la Palabra de Dios; es eficaz, porque penetra hasta los tuétanos.

Pablo, en la Carta a los Efesios, el único instrumento del que se vale para atacar es la espada, pero no en forma literal, sino como Palabra de Dios. Así pues, a los cristianos de hoy nos toca ceñirnos nuestra espada (Palabra de Dios), y avanzar para luchar contra nuestros enemigos. Es una pelea real: estamos luchando contra todos aquellos cuya meta es instaurar un anti-reino, por medio valores que no nos llevan a la salvación, sino que nos precipitan en el reino de la muerte.

En realidad, debemos empuñar la espada de la Palabra de Dios, a fin de que pedagógicamente nos sirva de bisturí clínico, para extirpar lo nocivo, y así curar al enfermo. De ahí que todos debamos pasar por este momento doloroso, para confrontarnos con la Palabra, y que ella nos ayude a caminar en libertad hacía Dios. Efectivamente, la Palabra de Dios es viva y eficaz; viva, porque procede del Dios vivo, porque la Palabra se ha encarnado para darnos vida, no muerte. Y es además eficaz, puesto  que cumple la voluntad de Dios y no la de cada uno de nosotros.

 La Palabra de Dios, espada de doble filo, es en verdad como la lluvia: porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino después de empapar la tierra, hace germinar y producir, y harina para el sustento general, así será la Palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y prosperará en aquello para lo que la envié.

Quiero finalizar diciendo que nos armemos de la Palabra de Dios, para que nuestros labios se conviertan en profetas de amor; que nuestra manera de anunciar y proclamar la palabra divina llegue al corazón de hombre, y de esta forma juntos instauremos un reino de vida, de amor y paz.

Wilmer Moyetones OAR

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