Posiblemente dos de los convertidos más grandes de la historia sean san Pablo y san Agustín. San Pablo fue derribado en el camino a Damasco, mientras se dirigía a esta ciudad con cartas de los sumos sacerdotes para llevarse prisioneros a todos los cristianos que encontrara en esa ciudad. San Agustín fue derribado simbólicamente por la palabra de Dios en el Huerto de Milán con el texto de la carta a los Romanos, y la voz que le invitaba a tomar y leer el códice de las cartas de san Pablo. La voz que repetía Tolle Lege (toma y lee), fue la que lo derribó.
Y aunque nosotros hoy hablamos de la conversión de san Pablo, san Agustín decía que, más que convertirse, san Pablo, al caer en el camino de Damasco, había descubierto su vocación. San Pablo fue derribado por una luz que venía del cielo y que le hacía ver sus errores y su pasión inútil, para revelarle cuál era su misión en esta vida, y qué es lo que tenía que hacer.
Pero para que san Pablo descubriera su vocación, san Agustín destaca tres pasos fundamentales.
En primer lugar, ser derribado. En esto san Agustín se identifica con san Pablo. Ambos vivían demasiado ensimismados en sus propios intereses e inclinaciones, y las vivían con una gran pasión. San Pablo era un fanático de la Ley judaica; san Agustín era un buscador incansable de la verdad racional y filosófica. San Pablo cae por tierra y se queda ciego. Sus propósitos y deseos se ven cortado de repente por Dios, por esa voz de cielo que le habla, por el mismo Cristo que le pregunta “por qué me persigues”. San Agustín cae de la altura retórica fulminado por la palabra de Dios, que como un fogonazo de luz iluminó su corazón y le hizo descubrir de golpe la verdad, dejándolo ciego por el resplandor de la sabiduría.
En segundo lugar, san Pablo en vista de que se ha quedao ciego tuvo que ser conducido de la mano, como un niño, a Damasco. Él que pensaba llegar a esta ciudad de manera belicosa y triunfal, ahora debe hacer una entrada humilde, debe experimentar su propia limitación y debilidad. San Agustín, en su conversión olvida todos sus planes de gloria y sus deseos de riquezas y honores, y descubre al Dios humilde, a Cristo, quien por amor asumió la naturaleza humana.
En tercer lugar, san Pablo en Damasco recupera la vista gracias a la acción de otra persona, Ananías. Los ojos de su cuerpo vuelven a ver, pero sobre todo se le abren los ojos del corazón, y así se dispone para comenzar un nuevo camino. San Agustín fue curado de su ceguera interior por Dios mediante la predicación de san Ambrosio, quien lo guio para que comprendiera el sentido espiritual de la Biblia, y se dejara iluminar por la palabra de Dios.
San Pablo se convirtió, como dice el Obispo de Hipona, de lobo en pastor de las ovejas. San Agustín se transformó de ser un intelectual que despreciaba a la Iglesia católica, en uno de los defensores más fieles de la Iglesia católica frente a los cismas y a las herejías.
En síntesis, San Pablo se convirtió o mejor dicho, descubrió cuál era su vocación. Dios lo estaba llamando a convertirse interiormente y a ser el apóstol de los Gentiles y en un incansable predicador de la buena nueva de Cristo. A partir de ese momento, no sería él, san Pablo quien vivía. En su corazón vivía ya Cristo.
Fr. Enrique Eguiarte, OAR