Una palabra amiga

Miqueas, el profeta de las denuncias sociales

Antes de acercarnos a la persona, a la época y a la predicación del profeta Miqueas es necesario conocer si este libro contiene el mensaje de uno o más profetas. La mayoría de los comentaristas señalan que el libro de Miqueas contiene en los capítulos 1-3 la predicación de un profeta judío del siglo VIII a. c., contemporáneo a Isaías. El resto de la obra de Miqueas no pertenece a un solo profeta, sino a personajes anónimos, que fueron añadiendo sus palabras a ese núcleo original de los tres primeros capítulos.

Miqueas, la fuerza del Espíritu de Dios

Miqueas, en hebreo Mîkayah significa “¿quién como el Señor?”. El profeta nació en Moréset (1,1), una aldea de Judá, a 35 km al sudoeste de Jerusalén. El dato es importante porque nos sitúa en un ambiente campesino, en contacto directo con los problemas de los pequeños agricultores. Por otra parte, Moréset se encuentra rodeada de fortalezas; por lo que la presencia de militares y funcionarios reales debía ser frecuente en la zona y, por lo que cuenta Miqueas, no muy beneficiosa para sus habitantes. De su profesión y estado social nada sabemos, solo que predicó en el mismo tiempo que Isaías. Su actividad como profeta se sitúa durante los reinados de Jotán, Ajaz y Ezequías, es decir, entre los años 740-698 a,C. aproximadamente.

Samaría y Jerusalén bajo amenaza

A finales del siglo VIII a.C. la política internacional de oriente medio está marcada por una gran potencia: Asiria y su rey Tiglatpileser III, quien había extendido sus dominios por toda la zona de Siria y Palestina. El reino del norte (Israel) fue sometido al pago de un fuerte tributo desde el año 743 a.C.; pero el rey Oseas terminará rebelándose en tiempos de Salmanasar V. Como consecuencia de ello, Samaría es conquistada (722), el pueblo deportado (720) y así el Reino del Norte desaparece de la historia.

La situación es muy parecida en Judá, reino del Sur, que en el año 734 a.C. pide ayuda al rey asirio con motivo de la guerra siro-efraimita, por lo que éste le impone su vasallaje a través del pago del correspondiente tributo. Esta situación va a provocar a la larga un fuerte deseo de independencia, especialmente durante el reinado del rey Ezequías (727-698). Este rey fomentó una reforma religiosa (2 Re 18,1-18) y alentó en el pueblo la esperanza de la liberación. La revuelta tuvo lugar el año 705 y supuso para Judá una de las mayores catástrofes de su historia: la invasión de Senaquerib (701): “Por eso, me lamentaré y gemiré, andaré descalzo y desnudo, aullaré como los chacales, me pondré triste como los avestruces; pues su herida es incurable, llega hasta Judá, alcanza hasta la puerta de mi pueblo, llega a Jerusalén (Miq 1,8-9)

Junto a la situación política cabe destacar, para comprender a Miqueas la situación social, donde la corrupción impera por todas partes. Los poderosos se adueñan de las tierras y las casas de los más débiles, maltratan a las mujeres, venden a los niños como esclavos (2,1-11). Las autoridades, los jueces, sacerdotes y profetas, que deberían frenar las injusticias y denunciarlas, no lo hacen (3,9-11), creyendo que, invocando al Señor, Él no podrá hacerles nada malo (2,7; 3,4.11). Miqueas alerta sobre el culto que no va acompañado de la práctica de la justicia, pues se convierte en un culto vacío, sin valor a los ojos de Dios.

Un mensaje con ecos de actualidad

La predicación de Miqueas se caracteriza por la denuncia de los pecados de su pueblo y por el anuncio del consiguiente castigo. La mayoría de los comentaristas distingue en el libro cuatro secciones, en las que alternan amenazas y oráculos de salvación. En la primera parte (c. 1-3) las palabras del profeta reflejan un claro mensaje social. Miqueas denuncia a los jefes, a falsos profetas y a los sacerdotes como los responsables de las injusticias sociales (opresión de los débiles, robos de las propiedades de las tierras…), mientras que ellos ni siquiera quieren reconocer las injusticias cometidas: “Y yo digo: ¡Escuchad, líderes de Jacob, jefes de la casa de Israel! ¿No es cosa vuestra conocer el derecho? Pero odiáis el bien y os gusta el mal. Les arrancáis la piel y hasta raéis los huesos; os coméis al resto de mi pueblo, lo despojáis de su piel, le machacáis los huesos, lo ponéis en trozos en la olla, como carne en caldereta. Cuando llamen y griten, no les escuchará el Señor; entonces se esconderá de ellos, a causa de sus crímenes” (3,2-4). Por eso, Miqueas no se enfrenta solo a una serie de injusticias, sino a una “teología de la opresión”, y el profeta anuncia que “Jerusalén será una ruina, el monte del templo un cerro de breñas” (3,12).

La segunda sección (c. 4-5) es una colección de oráculos proyectados todos ellos hacia un futuro de bienestar y paz. Oráculos esperanzadores en los que el profeta vislumbra la futura gloria del Israel restaurado alrededor del Mesías que nacerá en Belén. Predice la venida de las naciones a Sión (4,6-8), la promesa del nacimiento del “gobernador de Israel” en Belén de Judá (5,1-3), la liberación de la opresión de Asiria (5,4-5) y la salvación del “resto de Jacob” (5,6-8).

La tercera parte (c. 6-7) se presenta bajo el género literario de un juicio (rîb) contra Israel. Dios ha hecho tanto por su pueblo, y éste le ha sido sumamente infiel: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!” (6,4). Como expresión de su conversión y arrepentimiento, el pueblo quiere ofrecerle algo en su retorno.

Pero no se agrada a Dios solo con prácticas rituales, sino con la entrega personal a Él y al prójimo. La sentencia en este proceso judicial se da a conocer con mucha ternura: “Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con tu Dios” (Miq 6,8). Los oráculos siguientes pretenden convencer a los israelitas de la necesidad de volver a Dios y a la alianza, puesto que la deslealtad no merece un castigo futuro, porque ella misma supone el mayor de los castigos. Dios siempre invita a volver a Él y al hermano más vulnerable: “Yo, en cambio, aguardaré al Señor, esperaré en el Dios que me salva. Mi Dios me escuchará” (7,7).

Finalmente (7, 8-20), el profeta concluye su predicación con promesas y presenta a Jerusalén manifestando su arrepentimiento y su esperanza: “¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de tu heredad? No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar. Concederás a Jacob tu fidelidad y a Abrahán tu bondad, como antaño prometiste a nuestros padres” (7,18-20)

Miqueas en el Nuevo testamento

En el Nuevo Testamento aparecen al menos dos pasajes de Miqueas citados en Mt 2,6, sobre el nacimiento del Mesías en Belén (Miq 5,1), y en Mt 10,35- 36, sobre los enemigos del hombre en su propia casa (Miq 7,6). Otros textos del profeta están mencionados de manera más o menos directa. Así, por ejemplo, el Cántico de Zacarías –el Benedictus– alude a las últimas palabras de Miqueas (Mi 7,20 y Lc 1,73). Aparte del oráculo del nacimiento del Mesías en Belén de Judá, empleado en el tiempo de Adviento y de Navidad, la liturgia incorporó el pasaje de Miq 6,3-4 a los improperios en el canto de la Adoración de la Cruz del Viernes Santo.

Carmen Román Martínez, op

(Texto publicado en la revista Santa Rita y el Pueblo Cristiano, mayo-junio 2024)
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