Una palabra amiga

En comunidad a la luz del Evangelio

El título de este artículo da mucho para pensar. Lo primero es ponernos en situación de aprendices y volver a preguntar ¿qué es comunidad? ¿Quiénes son parte de la comunidad? ¿Cómo surge la comunidad? “A la luz del Evangelio” también nos interpela. Ya se nos ha dicho que Evangelio significa Buena Nueva. ¿Cuál es la buena noticia a la que se refiere? La Buena Nueva es que Dios no sólo crea, sino que ilumina y salva. Dios nos da directrices para vivir bien, pero también nos educa y nos perdona, nos acompaña y nos llama, nos seduce y nos guía para escuchar su llamada, para conmovernos con su misericordia y para que aceptemos con humildad que sólo Él tiene todo el poder y a gloria.

Si hemos de vivir “en comunidad a la luz del Evangelio”, lo primero es escuchar a Jesús desde el fondo del corazón. De otro modo, no podemos, aunque queramos, hacer comunidad tal y como lo esperamos. Dicho de este modo, es responsabilidad de cada uno el comprender al otro cristiano que en verdad ha escuchado a Jesús desde el fondo de su corazón. Esto es sumamente significativo porque la unidad se da cuando compartimos la misma verdad, y en nuestro caso, tenemos claro que Cristo es la Verdad. San Agustín lo reitera de muchas formas diferentes y explica que la verdad une en la alegría. No es tuya ni mía, sino de todos, y cuando dos o más la encuentran, se alegran juntos. Por eso, cuando se habla de líderes, coordinadores, encargados, de tal o cual actividad, dentro de la comunidad, siempre habrá dos o tres que no comprenden la actuación del responsable, quien, muchas veces, se centra tanto en su tarea, que se olvida de que sea Cristo con su dulzura y misericordia, quien vaya por delante, al centro, a un lado, y detrás, de la comunidad.

Las actitudes en las que podemos caer pueden interrumpir y hasta impedir la vivencia en comunidad: de la excesiva contemplación a la pereza, de la autoridad a la soberbia y a la ignorante sustitución de Dios, del activismo y la velocidad al olvido de Dios y a la exigencia y reproche de la falta de ayuda de parte de otros, del ensimismamiento al egoísmo, de la alabanza y adulación mutua a la rivalidad y la competencia. ¿Queremos más? Cada uno, a la luz del Evangelio, puede comenzar por preguntarse por qué digo amar a Dios y no logro amar al prójimo. ¿Qué hay en nuestros pensamientos que ofuscan o sofocan nuestro corazón? ¿Tenemos miedo de amar y de que nos amen? ¿Sentimos que la comunidad invade mi vida? ¿Siento que no soy digno de amar y ser amado? ¿Qué pienso de mí y de los otros? y ¿qué pasa en mi corazón a partir de esos pensamientos?

Corazón es metáfora y se refiere a la voluntad, al querer hacer, lo cual depende de los pensamientos que nacen de deseos y fobias. Entonces, si quieres vivir bien, revisa tus pensamientos. Desea otras cosas, desea mejores cosas que las que has deseado hasta ahora, desea lo que Cristo quiere para ti y para tus compañeros de camino. ¿Qué desea? Lee el Evangelio: Que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Con Misericordia.

Mentimos cuando decimos amar a Dios y no amamos al prójimo. ¿Qué significa esto? ¿Cuándo sucede que no estoy amando al prójimo? ¿No es, acaso, muchas veces que no lo amo cuando limito su potencial, le impido desarrollar sus dones y talentos, no lo tomo en cuenta para la misión compartida, cuando menosprecio sus propuestas, cuando impido que ponga al servicio de la comunidad los llamados que Dios le hace y las mociones que ha recibido del Espíritu Santo? En suma: no lo amo cuando no le permito ser un yo sobre la tierra con la misma dignidad que tengo y que defiendo para mí. “Quiero tener una vida significativa”. Pues eso mismo quiere cada ser humano. ¿Lo amas y le abres camino para que alcance la vida significativa a la que Dios lo llama?

Comunidad a la luz del Evangelio es: aquí no mandas tú, ni mando yo, aquí sólo Jesús manda y su Palabra es el Amor. Las agendas, acciones, horarios y espacios tienen como único propósito amar con el amor de Dios en cada parte del proceso, vivir en Dios, con Dios y para Dios todas nuestras relaciones interpersonales. No existe amor humano, a eso se le llama afectividad, tendencia, química; el verdadero amor es el amor de Dios entre humanos. Esto es así porque somos imagen y semejanza de Dios, capaces de Dios, capaces de amarnos unos a otros como Cristo nos ama.

Tere García Ruiz

(Artículo tomado de la Revista Santa Rita y el Pueblo Cristiano, julio-agosto 2024)
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