Fray Luciano Audisio, O.A.R., nos ofrece este comentario al Evangelio de este domingo, centrado en el envío misionero de los discípulos. Con un lenguaje poético y profundo, nos invita a redescubrir la evangelización no como conquista, sino como comunión, desde la vulnerabilidad, la ternura y la certeza de que Dios ya actúa en el corazón de las personas.
La misión: corazón vivo de la Iglesia
El Evangelio de hoy nos sitúa en el corazón de la misión de la Iglesia. Jesús, dice el texto, “designó el Señor a otros setenta y dos” (ἀνέδειξεν ὁ κύριος ἑτέρους ἑβδομήκοντα [δύο]) y los envió de dos en dos a anunciar su Reino. Esta escena, que podría parecer una simple anécdota organizativa, en realidad es un retrato profundamente teológico de lo que significa ser Iglesia. Nos interpela sobre nuestra identidad más esencial: ¿qué significa ser apóstol? ¿Qué quiere decir que la Iglesia es apostólica?
72 enviados: una Iglesia en camino
El número 72 no es casual: es 12 multiplicado por 6. El doce evoca a los apóstoles, y por tanto, a las doce tribus de Israel, el pueblo elegido. El seis, en la simbología hebrea, es el día de la creación del hombre, pero también representa lo inacabado, lo que está en proceso. Porque el siete es el número de la plenitud. Este número —72— habla de una Iglesia en camino, inacabada, enviada a completar una historia que aún no ha llegado a su cumplimiento. Jesús nos muestra que el envío no es el final, sino el comienzo de algo que el Padre ya ha comenzado en los corazones.
Dos en dos: la evangelización como comunión
El texto continúa con esta expresión: “los envió de dos en dos delante de él” (ἀπέστειλεν αὐτοὺς ἀνὰ δύο πρὸ προσώπου αὐτοῦ). El Señor no envía solos a los suyos, porque la evangelización no se trata de difundir una idea, sino de testimoniar una relación. Dos personas que caminan juntas, que se escuchan, que se corrigen, que se perdonan, son el primer anuncio del Evangelio. Más que las palabras, el modo en que nos amamos entre nosotros es lo que revela a Cristo.
Preparar la venida del Señor con gestos
“Los envió a toda ciudad y lugar donde él había de ir” (εἰς πᾶσαν πόλιν καὶ τόπον οὗ ἤμελλεν αὐτὸς ἔρχεσθαι). Este es el tiempo en que vivimos: el tiempo de preparar su venida. Jesús viene, y nuestra misión es preparar su camino. No con discursos, sino con gestos concretos de comunión, con la emoción en el corazón de quien sabe que el amado está por llegar. Como una madre que prepara la casa para su hijo, como una familia que dispone la mesa para una fiesta: porque amamos, porque esperamos, entonces preparamos.
“No saluden a nadie por el camino”: sin evasiones
Pero el Señor también nos hace una advertencia fuerte: “no saluden a nadie por el camino” (μηδένα κατὰ τὴν ὁδὸν ἀσπάσησθε). No es una orden de rudeza, sino una llamada a no dispersarse. Cuántas veces, ante decisiones importantes, nos entretenemos con excusas, nos desviamos, buscamos “saludos” —distracciones— que en realidad son huidas. Esta frase es un examen de conciencia: ¿cuáles son nuestros saludos que nos sacan del camino? ¿Qué evasiones usamos para no responder a lo que Dios nos pide hoy?
Evangelizar: despertar lo que ya está
Y sigue diciendo: “la cosecha es mucha” (ὁ μὲν θερισμὸς πολύς). No es nuestra tarea cambiar el mundo entero, sino recolectar lo que el Padre ya ha sembrado. Evangelizar no es implantar algo nuevo en el otro, sino ayudarlo a descubrir lo que ya hay en él. La Palabra que anunciamos es una luz que permite a cada persona reconocer que Dios ha estado siempre dentro de ella.
Hoy vemos dos grandes tentaciones en la forma de entender la evangelización. Una es la del que impone con dureza, como si el mundo estuviera arruinado y nosotros debiéramos salvarlo a fuerza de gritos. La otra es la del silencio cómodo, que por respeto mal entendido decide no anunciar nada, como si hablar de Jesús fuera una forma de violencia. Ambas son falsas. No salvamos al mundo —Cristo ya lo ha hecho—, pero sí somos enviados a llevar esta luz que despierta lo que ya está. Evangelizar no es llevar a Dios a los demás, sino ayudar a reconocer que Él ya está allí.
Corderos entre lobos: la fuerza de la ternura
Y el Señor nos dice aún más: “Miren que los envío como corderos en medio de lobos” (ἰδοὺ ἀποστέλλω ὑμᾶς ὡς ἀρνὰς ἐν μέσῳ λύκων). Ser corderos entre lobos significa ser vulnerables, estar expuestos, sin armas. El apóstol es el más frágil, porque cuando anuncia su fe, expone su intimidad más profunda. Y tenemos miedo, claro. Basta una risa burlona, un comentario irónico, y sentimos que nos han herido. Pero también esta vulnerabilidad es el lugar de la promesa: aunque somos corderos, el Señor está con nosotros y no nos dejará solos.
Evangelizar desde la necesidad, no desde el poder
Finalmente, el Evangelio nos presenta la pobreza del apóstol. El que es enviado no lleva dinero, ni poder, ni recursos, sino la fuerza humilde de quien sabe mendigar. Y esto vale también para la Iglesia: no evangelizamos desde la abundancia, sino desde la necesidad. Cuando mendigamos pan, acogida, escucha, entramos realmente en comunión. El que da desde lo alto puede imponer; el que pide, en cambio, se pone a la altura del otro. El saber mendigar —mendigar amor, tiempo, escucha— es la verdadera puerta de la evangelización.