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«Este es el significado de la maternidad espiritual, nos convertimos en su familia»

El 17 de diciembre de 2018, apenas una semana antes de Navidad, las Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús en Los Teques (Venezuela), recibieron lo que describen como “el mejor regalo navideño”. Esteban, un bebé de 3 meses, llegó a la casa general de las hermanas con todos los huesos marcados por la desnutrición severa: “Una semana más y este niño tal vez no seguiría viviendo”, contaba en esta entrevista la hermana Luisana Cruz, quien se encargó personalmente de su cuidado.

El pequeño llegó en condiciones tan graves que las monjas tuvieron que turnarse para cuidarlo día y noche, manteniéndolo en brazos para evitar el riesgo de muerte por reflujo. Gracias al amor y dedicación de las hermanas, Esteban fue ganando peso y salud: “Nos dimos cuenta de que además de la atención médica, lo que más necesitaba era amor”, comentaba la hermana Luisana. Con el tiempo, Esteban se convirtió en parte de la comunidad y creció entre ellas durante los primeros cinco años de su vida, hasta que fue colocado en una familia sustituta.

«NOS RECONOCE COMO SU FAMILIA»

Hoy, cinco años después de su llegada, aunque Esteban viven con su familia sustituta, las sigue visitando con frecuencia: “Un vínculo que creció, que se dio desde sus primeros meses de vida, ¿cómo va a desaparecer tan rápido? Esta fue como su casa materna para él, o sea, de aquí salió a esa familia, y nos ama, nos reconoce como su familia, como sus hermanitas amadas, y cada vez que vuelve, pues a veces pasa unos días acá, aunque luego siempre regresa”.

«Lo vimos nacer de nuevo. Dios le dio una oportunidad nuevamente de continuar en la vida y lo trajo acá y nos entregamos a esa misión. Esteban creció entre nosotras, fue creciendo, como dice la Palabra, en estatura, en sabiduría, en gracia… En todo»

Además, ha recordado que con él aprendieron “a vivenciar mucho más lo que es la maternidad espiritual como un don de Dios. A Esteban lo vimos nacer de nuevo. Dios le dio una oportunidad nuevamente de continuar en la vida y lo trajo acá y nos entregamos a esa misión. Esteban creció entre nosotras, fue creciendo, como dice la Palabra, en estatura, en sabiduría, en gracia… En todo, porque es un niño sumamente despierto, vivo, eficaz y creativo y siempre que viene a vernos es una auténtica alegría”.

«CUIDADO INTEGRAL»

Pero Esteban no fue el único. Su caso fue el primero de muchos. Desde entonces, la comunidad ha recibido a numerosos niños en condiciones críticas. «Con él aprendimos muchísimo. En la actualidad seguimos con esta misión, y ahora atendemos a 45 niños en nuestra entidad de atención”. Este hogar, que se inauguró hace dos años gracias a donaciones, alberga tanto a niños como a niñas, desde bebés hasta jóvenes de 18 años.

Los niños llegan por diferentes circunstancias. Algunos son rescatados por el Consejo de Protección debido a situaciones de violencia, negligencia o pobreza extrema. Otros vienen con problemas graves de salud, como el caso reciente de un bebé de un mes en estado crítico por desnutrición que ha llegado con su hermano. En todos los casos, las monjas se encargan de su cuidado integral, y les brindan no solo alimento y atención médica, sino también mucho amor y acompañamiento espiritual.

«MATERNIDAD ESPIRITUAL»

Para las monjas, este trabajo se ha convertido en una auténtica maternidad espiritual. Inspiradas por su fundadora, María de San José, que fue conocida por su amor maternal hacia los más vulnerables, las hermanas ven en su labor una manera de vivir esta vocación. “Nosotras no somos madres biológicas, pero hemos aprendido a vivir una maternidad distinta, una maternidad espiritual que Dios nos ha concedido”, explica la hermana Luisana. Cuidar de estos niños les ha permitido experimentar ese amor incondicional propio de una madre, pero elevado a una dimensión espiritual y de entrega total: “Queremos que cada niño que llega aquí entienda que Dios lo ama, que a pesar de lo que han vivido, hay otra posibilidad de vida”. 

Para aquellos que no pueden ser adoptados, las monjas se convierten en su única familia: “Es una realidad dura, porque muchos niños mayores no son adoptados. Nosotras, como congregación, nos convertimos en su hogar”. Las hermanas ven su trabajo no sólo como un acto de caridad, sino como una misión que reafirma su consagración religiosa y su papel como madres espirituales: “Ellos han vivido realidades muy duras, pero aquí les mostramos que su futuro puede ser distinto”.

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