Una palabra amiga

Un poco de Chesterton nos hará bien

Gilbert Keith Chesterton nace en Inglaterra en 1874 dentro de la iglesia anglicana y muere en 1936 tras haber ingresado en el credo católico en 1922. Es un pensador intuitivo y un genio en el sentido profundo del término. Fue escritor de novelas, prolijo ensayista, periodista fecundo, poeta, conferenciante, polemista en mil frentes y en muchas intervenciones relacionadas con la política y con los movimientos sociales que pululaban entre finales del siglo diecinueve y primera parte del veinte. Afronta el naturalismo, el realismo, el socialismo, y el mundo cientificista adverso a los planteamientos de la tradición y de la filosofía clásica. Un campo ideológico muy semejante al de nuestros días, precisamente porque hoy estamos cosechando lo que en aquel cambio de siglo fueron las semillas.

En la actualidad, lo que más se está resaltando de este genio polifacético es el hecho de haberse convertido al catolicismo. ¿Por qué se bautizó en la Iglesia católica? Esta es la pregunta constante de sus amigos y también de sus adversarios. Él responde: “Por liberarme de mis pecados”. Sus correligionarios anglicanos le reprochan su paso a la Iglesia católica, y él, declarando que había estado siempre buscando la verdad plena más allá de su línea protestante, afirma: “La llave se ajusta a la cerradura; he traspasado el umbral y ahora creo vivir en la verdad”. En la doctrina católica ha encontrado finalmente la verdad coherente que responde a sus búsquedas intelectuales y teológicas “rindiéndose” -así lo escribe él-, al peso de la verdad.  Obras maestras como Herejes y Ortodxia son un alarde de sorpresa y paradoja, de ingenio novedoso y reciedumbre clásica, todo mezclado en dosis aleatorias para dar respuestas que descolocan a los oyentes de sus debates y siguen sorprendiendo al lector de nuestros días.

Durante este año 2025 ha estado en primera línea de la noticia católica el cardenal John Henry Newman, presbítero anglicano que se convirtió al catolicismo en 1845, que fue canonizado en 2019 y al que en noviembre de 2025 el papa León XIV le confirió el título de Doctor de la Iglesia. Como siguiendo esa estela del converso Newman, aparece Chesterton una generación después, pensador que proviene también del anglicanismo y que encuentra en el sentido común, en la tradición y en la alegría del sano humor, el camino natural para arribar a la verdad coherente y sencilla, la verdad católica. Y para dar el paso y bautizarse a los 48 años. Seguramente es en la serie de novelas policiacas que tienen como protagonista al padre Brown, donde más claramente Chesterton muestra la empatía inherente a la fe católica, empatía en la creencia simple y profunda que convierte al cura detective, el padre Brown, en un agudo agente que soluciona los enigmas policiales con la lupa de la fe y del discernimiento humano. Su habilidad investigadora consiste en la visión de fe con la que penetra la riqueza y la miseria de las personas. Y esa empatía amable le viene a Chesterton de la amistad fraguada con aquel cura párroco, padre John O´Connor, cuya sapiencia llena de sentido común,  llevó a Chesterton a su conversión al catolicismo.

¿Por qué nos hará bien leer a Chesterton en nuestros días? El empuje actual de la agenda woke, conducente al colapso de la razón, fue ya vivido por nuestro autor de manera activa cuando polemizaba y escribía contundentemente contra estas ideas disruptivas.  Nuestro escritor resulta muy inspirador para afrontar los desafíos de la posmodernidad cuando propone como guía el sentido común, cuando afirma a la Iglesia como la portadora de la tradición sana y salvadora, y cuando propone con sus chispeantes metáforas y paradojas el sentido del humor como expresión de alegría y convicción serena en la verdad. Los tiempos postmodernos traen en su bandera la cultura de la vaciedad y del espectáculo, el nihilismo disolvente. El filósofo español Iginio Marín afirma: “La cultura woke es una mutación del sentido común”.

La fe cristiana en la Iglesia católica se basa en la revelación de Dios, pero se asienta en una base de sentido común que es una especie de instinto de la verdad, una sabiduría práctica, por lo que la fe y el sentido común van de la mano. El sentido común no es perogrullada sino intuición profunda. El ingenio y la naturalidad hacen que las obras apologéticas de este pensador -tradicionales y, a la vez, disidentes- nos evoquen la infancia, la inocencia perdida, el milagro de cada cosa, el asombro, la alegría y la fe en las rutinas cotidianas, sobre todo en cuatro rutinas de sabiduría “casera”: el amor, la amistad, la familia y la ciudadanía universal. El príncipe de la paradoja, con metáforas sorprendentes, antítesis y giros en la lógica argumentativa, nos dirá, por ejemplo, que “la única herejía que hoy no se tolera es la ortodoxia”; que “lo más moderno es lo tradicional”, porque todo crecimiento de avance necesita un sostenimiento de las raíces, es decir, necesita de la tradición en la que vertebrar las nuevas creaciones;  dice que “la fe cristiana representa la mayor aventura que un humano puede emprender”; afirma que “la tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas”; escribe: “el cristianismo es lo único que nos puede liberar de ser hijos de nuestro tiempo, porque nos hace hijos de Dios”; afirma que “la cruz está siempre fuera de moda porque es verdadera”; proclama que “la ortodoxia es recuperar la inocencia perdida”. Sentido común, tradición, sano humor y revalorización de la verdad católica forman siempre la urdimbre de sus ideas.

Sus páginas, además de estar sembradas de perlas literarias, muestran que la fe de este hombre tiene autenticidad de muchos quilates, pensador que rompe moldes y no se deja enredar por las  verdades de moda. Hoy día, Chesterton sigue apareciendo como un autor que afronta con originalidad el bosque de las ideologías woke del siglo veintiuno que él conoció en sus orígenes embrionarios y deshizo con humor y razonamiento ya en los primeros treinta años del siglo veinte. Hoy parece que Chesterton retorna al estrado de la polémica, de los debates, de la dialéctica o de los medios informáticos para afrontar la batalla cultural. Desde el elogio del sentido común y de la doctrina cristiana, Chesterton sigue invitando a creer en la verdad y a amarla sencillamente. A los “modernos” que le achacaban que había suprimido el uso de la razón al lanzarse al seno de la fe católica, les respondió: “para entrar en la Iglesia de la verdad no es necesario cortarse la cabeza, sólo quitarse el sombrero”.

El sentido del humor, el sentido común y el sentido de la fe van unidos como una fuerza natural en este pensador. Por eso hoy este autor está más reivindicado que nunca. Nos hace falta en tiempos en que la cultura del pensamiento blando aparece como una degeneración del hombre, como negación de la verdad y como una mutación del sentido común; nos hace falta, digo, un poco de Chesterton, que venga a mostrarnos el convencimiento y la alegría que emanan de los principios del humanismo cristiano. A los contemporáneos de fines del diecinueve y primera parte del siglo veinte que profesaban las ciencias del naturalismo y del socialismo en pleno avance del cientificismo escéptico, y que gritaban que la fe no era propia del hombre moderno instruido, nuestro lúcido polemista respondió así: “Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural”.

¿Qué nos aporta Chesterton en nuestros días? Un revulsivo para vivir sin timidez ni vacíos la vida de fe en la Iglesia católica. Él afirma que un hombre ecléctico tiene brújula católica y que la sinceridad y el sentido común orientan la conciencia de las personas de buena fe.  Estaba convencido de que si no hay predisposición apriorística, se llegará a la verdad porque quien bucea los caminos de la vida acabará abrazando la luz evidente. Nos hará mucho bien un poco de Chesterton, porque nos brinda ideas frescas para el mensaje católico, agilidad de lenguaje vivo,  una forma renovada de comunicación, una fuerza influyente desde un trato de amistad y empatía con todos, un espíritu de nueva apología con encanto. En nuestros días del siglo XXI, G.K. Chesterton sería un comunicador de potente influjo, sería el “influencer” eclesial más impactante.

Lucilo Echazarreta Sarabia, OAR